Varios fotógrafos y aficionados se apelotonan en torno a
una gran estatua que muestra a un hombre, agradecido, con las manos
entrelazadas y los brazos en alto. La efigie, atornillada al centro de
la ciudad de Nottingham, en el corazón de Inglaterra, desde aquel jueves
7 de noviembre de 2008, reconoce al singular Brian Clough, aquel
inolvidable, lenguaraz y fantástico entrenador que llevó hasta la cumbre
a dos modestos equipos de la Premier: el Derby County (1967-1973) y el
Nottingham Forest (1975-1993). No es la única. En Middlesbrough, su
localidad natal, tiene otra. Y en Derby. Todas sufragadas con donaciones
populares.
Manuel Preciado, que compartía algún trazo con Clough,
tiene desde ayer la suya -financiada por el mismo cauce e iniciativa de
la peña Portal Sportinguista- a los pies de El Molinón, en la avenida
que lleva su nombre desde hace unos meses, un punto que se convertirá
ahora en un santuario al que se acercarán miles y miles de personas cada
año. El entorno del estadio del Sporting olerá más que nunca a épica, a
emoción, a un respeto que roza la adoración por el recuerdo a un
entrenador irrepetible. Y el acto, para el que la lluvia hizo una
tregua, estuvo a la altura de ello.
Para añadir más espontaneidad al acto, la figura del
técnico de Astillero, fallecido hace un año, fue descubierta por un
golpe de viento ante las más de 600 personas que rodearon la
inauguración y que, como le gustaba decir al cántabro, se dejaron las
manos aplaudiendo. A partir de ahí, algo más de treinta minutos,
dirigidos por el periodista Rafa Quirós, quien dejó en el aire una
petición para que los futuros éxitos del Sporting se celebren ante
Preciado, salpicados por muchos momentos de lágrimas, emociones
enfrentadas, y el hilo musical de un gaitero interpretando 'La marcha de
Antón el Neñu' y de Pipo Prendes, quien, tras un fallo de la técnica,
improvisó y cantó a capela, lo que tuvo una mayor carga de sentimiento
cuando las palmas de los presentes acompañaron su voz.
«Desde hoy mi padre estará un poco más cerca de vosotros».
El llanto de Manu Preciado, quien no pudo terminar de leer la carta que
había preparado -«me tiembla el pulso», reconocía antes de empezar-, las
lágrimas de Arancha Arbolí; las de Ana Rebolledo, madre del técnico,
quien se abrazó a la estatua de su hijo... Hubo muchos aficionados,
presentes, que tuvieron que tragar saliva para contener la emoción del
momento. «Es el míster, nuestro míster, con los tobillos castigados por
mil patadas y el corazón cosido de cicatrices», señaló Roberto Canella
en su intervención, mientras trataba de deshacer el nudo que se le había
generado en la garganta.
Sobre los hombros de Preciado, a cuyos pies había 5.000
placas con los nombres de los donantes, ya colgaba una bufanda del
Sporting al terminar el acto. La próxima temporada mucha gente pasará
junto a su figura en día de partido. La tocará y le pedirá una victoria.
Siempre en nuestros corazones.Gracias.
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